martes, 11 de octubre de 2011

2016.

Tic, toc, tic, toc. Las horas van pasando. El tren está llegando, poco queda para volver al pasado. Ese lejano pasado.
Han pasado dos años, dos longevos años desde que abandoné aquello a lo que se llama ciudad, a lo que llamaba Ciudad de Ocaso. Esa ciudad, esa disparatada, pequeña y tan conocida ciudad, que recorrí descalza, entaconada, lluviosa y soleada. Esa ciudad en que, en su día, me sentí prisionera dentro de una urna de cristal.
No esperaba que nada hubiera cambiado. El tiempo había pasado, pero hacía demasiado que el tiempo se había parado allí. El reloj dejó de andar un día, y nunca volvió a su origen.
Tal vez por eso estoy volviendo. A pesar de todo, estoy volviendo. Quién me diría esto hace dos años, cuando, al ver que mi vida empezaba a ser absorvida por los muros de viento de esa condenada ciudad, decidí hacer mi maleta, con destino a quién sabe qué, con dos pequeñas maletas, una bolsa de viaje, cuatro o cinco libros ligeros, una antigua Polaroid que compré en una tiendita de antigüedades, un iPod repleto de canciones, un cuaderno forrado en piel vuelta, de un marrón desgastado, y una cabeza llena de sueños y recuerdos. El corazón palpitaba dolorosamente emocionado. La sangre fluía torrencialmente en mis venas. Dije adiós, nunca volveré; maldita lengua.
Poco a poco, mi pequeña colección de objetos personales se ha ido agrandando proporcionalmente a los sueños que he ido realizando: un álbum de fotos dorado de París, una pequeña pluma de principios del siglo XX de Londres, un pequeño cofrecito de África, un colgante de un dragón de Kioto, Un pañuelo de seda de Dubai, un bolsito de cuentas de Dublín, un enorme llavero con forma de osito de Copenhague y un amuleto de Nueva York. Sin contar todo aquello que entre mi memoria, mi cuaderno y las miles de instantáneas de la Polaroid que, ahora mismo, se ordenan en el álbum parisino, aun conservo.
He vuelto, no soy la misma, pero sigo siendo yo. He vuelto tras dos años de viaje en viaje, de ida y vuelta.
Y, aunque en su día quise irme de allí, todos y cada uno de los años que he pasado conmigo misma, en un viaje de profundo encuentro, he recordado todo lo que dejé atrás. Y estoy nerviosa, sí, por volver a ver la ciudad eterna, con sus edificios, sus tiendas, su tráfico, tal y como los dejé. De una forma u otra, quiero volver a ver esas caras que no pude sacarme de la cabeza, de esas rabietas sinsentido, de esos abrazos abandonados, de esos ojos, azules, marrones, verdes, que tanto y tantas veces miré fijamente.
El tren ha parado. Es mi parada. He vuelto al pasado. Y no prometo volver al futuro. O tal vez sí. Hace tiempo que dejé de prometer. Quién sabe.

2 comentarios:

Al dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Al dijo...

Te doy mi aplauso. :´)
(L)