martes, 1 de noviembre de 2011

Desde Oviedo, con miedo.

Llegó esa mañana tras un viaje en coche entumecedor. Se desperezó, se sacudió y se levantó del asiento del viejo Córdoba que su madre conducía desde hacía un millón de años, que recordara. Por primera vez en su vida pisaba esa ciudad. Nunca estuvo convencida de que quisiera ir, pero las palabras evocadoras y extasiadas de sus compañeros la acabaron de convencer.
No pisó demasiado de lo que sería la ciudad, la metieron en centros comerciales y espacios de muebles lo suficientemente grandes como para poder perderse en una milésima de segundo.
Pero ella no perdió tiempo en escaparse diez minutos tras comer a fumar un cigarro en la puerta. Y fue entonces cuando todo lo que sucedía en su vida se le echó a la mente.
Un viaje, cercano, tanto que lo rozaba con la punta de los dedos. Una pasada discusión que casi la deja sin nada. Alguien destrozado, malherido, sangrante. Eso hizo que su mente hilara cosas, y empezara a sentir un miedo irrefutable, un miedo que salí del interior de su corazón, como una masa negra que trepaba y luchaba por salir, arañando e intentando romper su interior.
Sabía lo que era estar roto. Sabía qué significaba sentir que el corazón empezara a agrietarse, despacio, dolorosamente. Sabía lo peor, lo que podía ser capaz una persona por otra. Y el miedo aumentó. E intentó borrarlo, exterminarlo de su mente. No fue capaz. Empezó a asustarse del propio miedo. Su cigarro, en silencio, pedía a gritos ser fumado. Pero no era capaz.
Alzó la vista al infinito, y todo pasó. Se ensimismó en el paisaje, gris, de esa forma que a ella le gustaba. Lluvioso, tal y como ella quería. Se calmó. El gris la extasió, y, dándo otra calada, pensó "Es un gris demasiado claro, pero no está mal.".
Un vago recuerdo del dolor quiso volverse a apoderar de ella. Pero lo borró su confianza. Su reforzada confianza en ella misma. Y se adentró en el bullicio de gente, chillona y peleona, ajena a todo, ajena a nada.
http://www.youtube.com/watch?v=g4j8ZjycTr8