lunes, 15 de octubre de 2012

Summertime sadness

Llevo ya tiempo queriendo escribir esta pequeña e insignificante entrada, pero no me he sentido con motivos de hacerlo... Hasta ahora. Así que te la dedico a tí, alma ahogada, sin saber siquiera si vas a verlo, sin saber siquiera qué, cual o cómo.
Te conocí una lluviosa tarde de otoño, ya ni recuerdo qué mes. Ahora ese dato es insignificante, un año hará ahora. En ese momento captaste mi atención de forma que nadie había conseguido. Recuerdo borrosamente un abrazo, un abrazo que yo misma di, y que jamás terminé de comprender, aun ahora no sabría explicar mi arranque de cariño. Reconozco tomármelo como una señal, no sabía de qué. Poco a poco fuimos congeniando, hasta que me dijiste aquello que tanto deseaba oir. Recuerdo mi absoluta emoción y alegría al verlo, no podía dejar de sonreir. Comprendí que aquella niebla en la que erraba, no negrura, niebla ya, se disipaba veloz. Ay, estúpida de mi.
Nos vimos varias veces, me confundías con tus palabras. Era un continuo tira y afloja, gestos cariñosos e inocente tonteo que me introducían en una melodía de primavera. Empecé a pensar que, tal vez, por primera vez, no equivocaba mis sensaciones.
Entonces llegó aquella fría noche del 19 de diciembre. Te conté cosas, me enseñaste muchas más. Fue confortante, a pesar de seguir soltando un pequeño lastre que todavía quedada. Tu gesto me hizo olvidar el resto. Recuerdo que mi mente se nubló, y que todo encajaba por fin. Pensé durante un puñado de horas que, por fin, había llegado mi momento. Era auténticamente feliz.
Al siguiente día volvías a tu hogar. Entonces empecé a idealizarte de una manera apabullante. Perdí el contacto con más de medio mundo, de aquella no tenía esa libertad comunicativa que ahora tengo.
Y llegó enero. Tú volvías, yo pensé que no, y me enfadé por la ausencia de información. No debí enfadarme. Debí pedirte perdón.
Poco a poco empecé a sentir que algo iba mal. No quise molestarte con mis paranoias, algo que ahora reconozco absurdo. En pleno febrero supe la verdad. Recuerdo cuánto lloré en los brazos de una amiga, mientras las lágrimas provocadas por la herida y la embriaguez que me había provocado salían directamente de mi corazón. Nunca acabaré de agradecer, debo decir, a esa pequeña persona que estuvo a mi lado.
Durante todo este tiempo he anhelado que las cosas cambiaran. He querido volver al pasado, y enmendar mis errores. He ignorado todas y cada una de las palabras consoladoras que me daban mis seres queridos. Esas lágrimas guardadas se fusionaron con mi sangre creando una ponzoña ahora insoportable. He esperado, y esperado, y esperado. Y, como inexperta y tímida, he de decir que es cierto que no he expresado nada.
Fue breve, pero fui feliz. Tal vez un error, algo insignificante para ti; todo lo contrario para mi. He podido seguir adelante, pero olvidé caminar. Y tengo miedo de volver a andar. Sin embargo, prefiero caer y levantarme erguida que seguir con la cabeza gacha.
Me has enseñado a ser distinta, rompiste mi inocencia y me volviste desconfiada, me mostraste la felicidad y me enseñaste lo que es que te la quiten.
Por eso te agradezco lo bueno y lo malo. Te he querido, y lo seguiré haciendo. Y eso, aunque ambos queramos, será imposible de borrar.
Sobre todo, porque se puede perdonar, pero nunca jamás olvidar.

2 comentarios:

Alba Flores Robla dijo...

Sabes, Victoria. Al principio de tu entrada pensé en mí. Te digo que habrá gente que te hará daño pero que también llegará una persona que te hará OLVIDAR (y digo olvidar) ese dolor. Sé que no es el mismo caso, pero yo te puedo decir que ya no me acuerdo del dolor. Sé que existió, porque tengo imágenes de mi misma sintiéndolo, pero ya no lo noto. Está fuera.

Alba Flores Robla dijo...

Ya no recuerdo el dolor como algo que me hacía daño.