domingo, 6 de enero de 2013

Ascention.

Eran las doce. Aguantaba la respiración, uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos. Llegaba la hora. Estaba aquí.
Una ola de calor golpeó su cuerpo. El deseo empezó a surgir en lo más profundo de su interior. Pensó resistirse, mas era imposible. Una canción, melódica, algo arrastrada, sonaba de fondo. Sus ojos vueltos rojos. Su melena desajustada. Su cuerpo con todos los sentidos alerta. Cada brisa de aire que rozaba un simple milímetro era la mayor sensación tenida hasta ahora.
En esos momentos veía claramente cuán oscura había sido su vida. Esa percepción, esa claridad, ese sentido con el que veía, tocaba, gustaba y sentía todo era increíble. Giró sus muñecas hacia fuera, y levitó por encima de los edificios. Todo aquel miedo previo se había difuminado.
Todos los demás miraban aquella luz que, de entre la nada, se alzaba fugaz hacia el cielo. Eran consicentes del calor que desprendía. Sabían lo que pasaba. Por eso el silencio y la admiración de lo bello y terrible flotaba en el ambiente, tan tenso que podía ser cortado con el más simple abrecartas.
La estrella se detuvo en medio del cielo. Miró a quienes les observaba. No tuvo miedo, por primera vez. Sonrió, y se dedicó a observarlos durante unos segundos más antes de que el cielo absorviera su luz por completo.
Los demás sabían que el ángel caído había resurgido de sus cenizas. Que nunca volvería a pisar aquellos lugares. Que nadie podría cortarle las alas.
De fondo, la misma canción sonaba. Una y otra vez. Se quedó ese momento registrado en toda mente y ojos que observaron la mismísima ascensión.


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