miércoles, 22 de octubre de 2014

Réquiem (Wolfgang Amadeus Mozart)

Hoy era un día grandioso, un día glorioso. Hoy, la luz volvía a mis ojos, mi mundo volvía a abrirse, un camino llano y de triunfos, rodeado de infinitas efigies marmóreas, de un blanco pulido que resplandecían bajo los rayos del sol. Ese era mi día.
Y digo era, no es. Una gran ventisca apareció en mi maravillosa visión, que tornó el esplendoroso camino en oscuridad y maldad. Las efigies cambiaron su rostro, antes amable y bondadoso, en uno rebosante de furia, maldad y terror. Sus blancos ojos inexpresivos se volvieron rojos brillantes, como luceros, y se me clavaban fijamente en el rostro, incitándome a unirme a su eterna lucha maligna.
Entre el viento, la lluvia, la oscuridad, el mal... recordé unas palabras de un antiguo filósofo que me incitaban a unirme a aquellas figuras, a aquellos pétreos y negros espíritus, atrapados en la eternidad. Mas un intento de bondad de mi ya debilitado corazón me paralizó durante unos instantes. Las figuras me llamabas en escalofriantes susurros, me exigían, reclamaban mi alma entre sus filas.
No pude resistirme; me vi abocada a aquel bucle de destrucción, a aquella vorágine de terror aprensivo. Mi inicial miedo, sin embargo, iba desapareciendo cuanto más avanzaba; mi rostro perplejo se iba relajando, mis músculos iban soltándose. Dentro de aquella temible maldad había... calor. Un calor inexplicable, un calor digno de admiración. ¿Hubiera encontrado ese calor dentro de la bondad? ¿Hubiera sabido lo que era la maldad si la hubiera rechazado? Evidentemente, no. Fue una extraña sensación; paso a paso, con cada mirada, hacia un lado y hacia otro, iba fascinándome cada vez más con aquellos rostros, que me seguían el paso con la cabeza y sonreían, mostrando unos afilados y puntiagudos dientes. Pero no era una sonrisa de maldad. O bueno, tal vez sí. Empecé a ver almas torturadas en sus ojos, en sus sonrisas, en sus cuerpos, retorcidos. No vi maldad en ellos; solo dolor, un inmenso dolor que atenazaba cada una de las partes de aquel camino.
La ventisca se tornó un suave viento helado; la tormenta, se volvió llovizna, entremezclada con ceniza, dejando mi ropa gris y negra. Mi fascinación iba en aumento, paso a paso, y sin ser consciente de ello, Poco a poco, el esbozo de una sonrisa fue asomado a mis labios.
La maldad; ¡cuán ingenuidad! La maldad surge de algo mucho más profundo, mucho más allá de cualquier círculo que Dante pudiera haber descrito. No, la maldad surge directamente de la felicidad; de un corazón roto, de unas lágrimas bajo la lluvia, de un sentimiento desgarrador de ira, de un pecado capital; de un amor imposible, de un adiós antes de tiempo, de una enorme traición.
Entendí todo esto a medida que caminaba. Aun sigo caminando, pero ahora las figuras bajan de sus pedestales y, con paso firme y silencioso, cuan caballeros fieles, me siguen, formando una especie de ejército tras mis pasos. Saben que me voy a unir a ellos. Saben que deben acompañarme, saben cuál será mi destino. Saben que les guiaré, y que lo haré bien. Saben que les comprendo, porque todo ese dolor que albergaban en sus corazones ahora también lo alberga el mío.
Voy de camino hacia la más eterna oscuridad, más el miedo ha desaparecido. Solo quedan de él aquella fría brisa, la llovizna, las cenizas, y aquella mujer abandonada en la en la entrada del camino, desplomada, sin vida, en el suelo. Aquella que fui y que nunca volveré a ser.

1 comentario:

Al dijo...

Hola cuchi, he empezado una cosita, a ver qué tal sale. échale un ojo cuando puedas a mi blog... ;)