lunes, 12 de octubre de 2015

Confesiones de un alma errante (wide awake).

Lo primero que piensas es que es imposible. Lo segundo... es que lo sabías, en lo más profundo de tu corazón, lo sabías. Aunque te duela. ¿Qué te esperabas? De esta situación es increíble la de hostias (con perdón por la expresión) que te has llevado.
Y no aprendes, no.
Es innombrable. Increíble. Sí, es verdad. Todo cierto.
Y la verdad, es que duele. Como mil cuchillos clavándose en lo más profundo de tu corazón.
Mentiras. Mentiras y más mentiras. Miles de palabras se cruzan entremezcladas en mi mente: risas, besos, dolor, felicidad, paseos, locuras, estupideces, piques. Dolor, dolor, dolor.
Despertar.
Es el último golpe. Y esta vez es una promesa. No hacia mí misma, si no hacia el mundo. Una promesa que me obligo a cumplir, cueste lo que cueste.
No es cuestión de cambiar de actitud repentinamente, no; es cuestión simplemente, de... ¿no dejar que te afecte? No, amigos, no. Es cuestión de endereza, es cuestión de "hacer un muerto y enterrado".
Pero uno real. Muy real.
Tal vez esta sea la entrada más sincera que he escrito nunca. No sé realmente ni por qué la escribo. Tal vez porque, ahora mismo, no sé cómo de otra forma puedo expresar lo que siento, lo que pienso.
Miles de tacos se pasan por mi cabeza, ninguno agradable. ¿Merece la pena plasmar eso? No, no lo merece. Suelo tender a la burdeza como recurso fácil. No quiero más lo fácil.
Mi principal problema, en esta vida y entre tantos, es que no he sabido nunca enfrentarme a mis miedos. ¿Por qué? A saber, tal vez he estado muy sobreprotegida en mi infancia. no sé exactamente el motivo, tampoco me importa. Pero tenía que estallar por algún lado, en algún momento, tendría que empezar a enfrentarme con mis miedos.
Este problema es el nudo de todos los demás: falta de constancia, indecisión, irresponsabilidad; como alguien dijo una vez, inestabilidad. La inestabilidad ha nacido a mi escaso valor. A mi constante inseguridad. Al mucha palabrería y poco acto.
Llega un momento que cansa. Estoy saciada de callar.
Estoy hastiada de sufrir.
Estoy harta de tener miedo.
Por ello, no queda otra que coger la espada, y pegar una estocada. O luchas, o mueres. Es un nuevo precepto. Y no puedes dejarte morir. No es una opción, es una realidad. Cueste lo que cueste.
No es cuestión de objetivos: el objetivo es vivir. El objetivo es la felicidad.
Para ello, debes ser tú. Debes tener el valor de colgar tu máscara en la pared. O quemarla, da lo mismo. Ser impulsivo a la par de racional, no dejarte llevar (con determinadas excepciones).
Es muy sencillo, pero siempre he dicho que me gustaba lo complicado.
Por ello, ahora mi corazón ha acabado de morir. Resucitará, no lo dudo. Renovado, de sus cenizas, como ave fénix. Pero no será el mismo. Nunca lo volverá a ser. Si la niña de hace años murió, ahora ha muerto la adolescente que debía ser.
Toca ser adulto, con todas sus consecuencias.
Aceptar, y luchar. Por uno mismo. No por orgullo, si no por dignidad.
No dejar que te rompan, no otra vez. Nunca más. 
No volver a caer. Nunca más.
No dejarte engañar, ni dejar que crean lo que no es. Nunca más.
Vivir o morir. Ese es mi trato, mi radical trato.
Enfrentarme a mis miedos o dejar que me abduzcan. Esa es mi promesa.
Enfrentarme a ti o caer. Ese es mi juramento.
Y aquí termina este cúmulo de pensamientos, no porque no tenga más, si no porque es mejor dejarlo así. Todo pasa por algún motivo, o eso dicen. Yo creo que así es. Algo bueno acabará pasando, eso está claro. Increíble, pero cierto.
Y esta vez, no me atrapará en mi ingenuidad.

No hay comentarios: