miércoles, 28 de octubre de 2015

Fin del segundo acto (Nevermore)

Toda la razón.
Hay veces que el alma guarda odio. Hay veces que, en la faz de la tierra, tienes a tu enemigo dentro de tu cabeza, de tu corazón. Hay veces que tu voz te pide a gritos salir, y rogar a los dioses su perdón.
Perdón por abandonarte. Perdón por dejarte de lado. Por no conservar tu fuerza, tu dignidad, tu orgullo y tu sitio. Es a los únicos que has de rogar.
En ese momento, tu piel cambia de color, transmuta. Se vuelve oscura, gris, como la ceniza de un cigarro consumido. Tus sentidos se embotan, un oscuro halo asoma en tu aura. Tus ojos se llenan de rabia consumida por dolor, y, sin querer, ese enemigo sale de ti expulsado hacia fuera, calcinado, derretido. Una parte de él permanece, recogida en un rincón, un resquicio de lo que fue. Respeto hacia tus recuerdos, olvidando su importancia y magnificando su insignificancia. Todo gracias a los dioses.
A los dioses del Caos, a la Reina Muerte, a la Sombra Oscura. Porque es ella quien te mantiene en filas, sin debilidad, sin sentir, sin corazón. Porque darías tu vida por ella, tan solo por el simple hecho de que nunca podrás evitarla.
Algo ha cambiado, soplan vientos del norte.
Me llaman a sus filas.
La Reina reclama mi ánima. Y presta voy en su aclamo.

"... y la bruja vio en los ojos del príncipe la sombra del odio. Nunca lo pudo entender. Y presa del dolor y de la rabia, se giró y, con unas tijeras, cortó los hilos que le ataban a la barca del príncipe; se giró, sin querer ver la tormenta tras ella.
Y se heló su corazón.
Y se convirtió en la sierva del Mal que siempre supo que debía ser."


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