Rastros de sucio
camino
bordean el alma del
injusto.
Hierro en las venas,
Sangre armada en la
batalla
quema, desgarra y
araña.
Matando en soledad
la Muerte arraigada
brota del hielo y
fuego
una llama, en el suelo
carbón, ácido y sal.
Repugna al oído del
sordo
azul de cielo y mar,
juega con la baraja de
sentidos
la danza de un
irlandés,
metido en barril
podrido
y llorando; al lado,
un ciprés
que emana áurea
salvia,
atrapa entre sus
férreas ramas
el mundo del saber.
Con infame escarnio
una vieja que llora y
grita
arranca la piel en
tira
de un hombre que
suplica
“¡No demencia, si no
vida!”,
se sonríe ante sí
valiéndose ya en mundo
de jocosa compañía.
Y en este encuadre en
lienzo
retratado en vano seso
yo resido, habito (y
fenezco)
cada nuevo atardecer.
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