jueves, 7 de agosto de 2014

La sirena varada

-Y ahí te hallas, mirando hacia el infinito, esperando, esperando... ¿a qué? No hay nada más allá del mar, Sheeva, nada más. Simplemente vacío, nostalgia, dolor.
Sheeva ya conocía este pesar. Aún lo llevaba en el alma.
Coletazo al aire, se sumergió profundamente en las aguas profundas del océano. No quería ver, no quería pensar.
-Dos mundos muy distintos intentas cruzar, pequeña marina, sería harto imposible que consiguieras tu objetivo.
Pero Sheeva era cabezota, muy cabezota. Orgullosa. Impetuosamente frágil. Su condición lo obligaba, su  alma lo exigía.
También era extremadamente colérica.
No es una buena combinación, la que Sheeva guardaba en su interior. No lo es, sin un buen objetivo, sin una buena guía, sin un buen autocontrol.
Sheeva... Sheeva...
Consiguió lo que deseaba. Pero su cola desapareció. No volvería a navegar en mares cálidos, ni a sentir las frías aguas atlánticas; no se lo tomó en serio, no quiso oír las voces de las Almas Errantes.
Sheeva... olvídalo...
Sheeva sacrificó su libertad por un corazón, un corazón humano, débil, lleno de deseos y arrogancia. Nunca la importó.
Y Sheeva desapareció.

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