domingo, 23 de agosto de 2015

Camila

Camila tenía una sombra en los ojos. Nadie sabía por qué, ni siquiera ella misma. Pero ahí estaba, un día se posó en su mirada, como un cuervo acechando la noche, implacable.
Camila lloraba por las noches, y no sabía por qué. Recordaba la primera vez que le pasó, despertó de su sueño, un lindo sueño para una princesa como ella; sus ojos lloraban, su pecho se angustiaba, mas Camila no sabía por qué.
Cuanto mayor se  hacía, más cubría la sombra los ojos de la niña. No siempre se la veía, tan solo en los días de lluvia, cruzando como un relámpago, recorría cada centímetro.
Camila no entendía por qué. Su madre la dijo que, cuando nació, un alma entró dentro de ella, un alma triste y apenada, melancólica, y ahí se quedó a vivir. Mientras se lo contaba, su mamá solía peinar su oscura melena, antaño rubia. La sombra.
Camila no se quiso mirar nunca en el espejo. Temblaba ante él. No sabía cómo era, solo miraba sus fotografías, antiguas y desgastadas. Su sombra, la sombra.

Camila, has entendido el por qué de tu sombra. Ay, Camila, Camila, nadie te obligó. Nadie te empujó a hacerlo. Nadie quiso que arrancaras vida con tus manos. Ay, Camila, la sombra quiso advertirte de ello. Nunca la escuchaste. Nunca quisiste oír sus lamentos, ni sentir su dolor. Bloqueaste tu alma por miedo. La sombra te lo advirtió. Esa sombra de ti misma. Ese retazo del futuro que no quisiste sentir. Esa alma tuya mortificada desde el principio de tu existencia.

La sombra de Camila ya no está. Tampoco Camila. Tuvo miedo, y quiso arrancarse su sombra al entender su razón de ser. Y ahí está, con vida en sus manos, muerte en la existencia.

Camila tenía sombra en los ojos. Nadie sabía por qué, ni siquiera ella misma.

Camila. ¿por qué no quisiste mirarte en el espejo y preveer en tu angustiada mirada a la sonriente Muerte?

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